La embarcación está ubicada sobre la costanera de San Antonio Oeste, provincia de Río Negro, y se convirtió en un ícono turístico de la ciudad. Sus dueños cuentan su historia y el antes y el después de la remodelación.
A metros del icónico cementerio de barcos de San Antonio Oeste, en la provincia de Río Negro, donde descansan viejas embarcaciones oxidadas por el paso del tiempo y las mareas, un antiguo pesquero encontró una nueva oportunidad. El barco “Mar del Plata”, condenado al desguace, fue rescatado por Edgar Herrera y Claudia Pincheira, una pareja oriunda de Neuquén que, tras mudarse al sur por este proyecto, decidió convertirlo en un restaurante único en su tipo. Diez años después, la idea se convirtió en realidad y hoy la embarcación flota simbólicamente como atractivo turístico y gastronómico de la ciudad.
La idea surgió cuando Edgar todavía era trabajador petrolero y ella psicóloga. Tomando mate frente al cementerio de barcos, a los dos les llamó la atención esa imponente mole de 30 metros de eslora y 4 metros de altura: ella pensó en hacer una casa, pero él la convenció de montar un restaurante.
Tras consultar con Prefectura y asegurarse de que la nave no presentaba conflictos judiciales, contactaron a la empresa propietaria, que decidió cederles la embarcación de forma gratuita.
“El dueño nos contó que lo tenían abandonado desde hacía 20 años y que desguazarlo como chatarra les resultaba muy costoso”, relató Edgar a Infobae. “Mi esposa les habló del proyecto y les gustó. Nos cedieron los derechos del barco, con los papeles y todo lo necesario para poner manos a la obra”, contó Edgar, quien se puso al frente de las refacciones de forma artesanal.
El barco estaba íntegro: motores, sala de marineros, cámaras frigoríficas y toda su estructura original. Edgar desmontó más de 90 toneladas de componentes internos en un proceso que describieron como “de hormiga”, hecho mayormente en soledad, pieza por pieza.
Originalmente, el proyecto consistía en instalar el barco resto-bar en la playa de Las Grutas. Habían previsto la logística del transporte y la instalación del navío entre la 6ta y la 7ma bajada, y hasta elaboraron un boceto de la obra ya concluida. Pero les resultó prácticamente imposible llevarlo hasta allá.
Luego, impulsados por el acompañamiento del anterior Gobierno municipal que apoyó el emprendimiento desde el primer momento, el matrimonio decidió mudarse a San Antonio Oeste. “Hasta 2021, que me jubilé, trabajaba con el régimen de 14 días en la plataforma y 14 días de franco. Así que cuando no trabajaba en la petrolera, viajaba a Río Negro para trabajar en el barco”, relató Edgar. “Me jubilé con 25 años de servicio y 50 años de edad. Y fue en el verano de 2021 que inauguramos el restaurante”, agregó con orgullo.
Uno de los momentos más complejos fue el traslado del barco desde su lugar original hasta la actual ubicación sobre tierra firme. “Aunque el Mar del Plata estaba varado a apenas 50 metros de la vereda costanera, moverlo fue una odisea. Pesa 200 toneladas y requería de una grúa especial, que había que contratar desde Buenos Aires porque acá no había ninguna y nos salía una fortuna”, señaló.
Y cuando parecía que el sueño se diluía, un conocido del matrimonio que se dirigía a Viedma con una grúa de gran porte les hizo el favor de pasar antes y moverlo a un costo mínimo. “El barco quedó montado sobre la vereda costanera, de cara al mar y al flujo turístico”, remarcó Edgar.
Respetando las tradiciones náuticas, Edgar y Claudia conservaron la denominación original del buque, “Mar del Plata”, ya que cambiarle el nombre a un barco se considera de mala suerte. Aunque debieron reconstruir partes como el puente de mando, que era de aluminio y se rompió durante el levantamiento, el interior fue modificado lo mínimo posible. “Quisimos conservar su espíritu. Solo hicimos algunas superficies planas para poder ubicar las mesas, pero su esencia se mantiene”, explicó Edgar.
El restaurante tiene 12 mesas en el interior, donde funciona el comedor principal, y otras 12 sobre la cubierta superior. Funciona durante la temporada alta —de diciembre a abril— y se especializa en pescados y mariscos. Su cercanía al puerto, está a tres cuadras, garantiza una materia prima fresca y de calidad.
Entre los platos más pedidos figuran la cazuela de cordero y la tabla “Aroma de mar”, que incluye langostinos, pulpo, calamar, escabeche de almeja y vieiras gratinadas. El menú se completa con pizzas y comidas tradicionales, pero el foco está puesto en lo que el mar ofrece.
Más allá de la propuesta gastronómica, el atractivo principal es el propio barco. “Los chicos quieren subir, ver, sacarse fotos desde arriba. No hay otro lugar igual. Es el único barco restaurante en la zona”, aseguró Edgar, ya que la estructura original y el entorno costero le dan una identidad única, lo que lo convirtió en una parada obligada en San Antonio Oeste.
La historia del “Mar del Plata” se remonta a principios del siglo XX. Según contaron sus actuales dueños, el buque fue parte del éxodo europeo posterior a la Primera Guerra Mundial. “Subió una familia entera que escapaba del conflicto y cruzó el Atlántico hasta llegar a La Plata”, narraron. Décadas después, el barco recaló en San Antonio, donde trabajó activamente en tareas de pesca antes de quedar en desuso.
Ubicado en Güemes y 6 de Enero, el barco no solo es una propuesta culinaria, sino también un recorrido visual y emocional por las memorias del trabajo pesquero patagónico. Las vistas del cementerio de barcos a metros del lugar, perceptibles cuando baja la marea, refuerzan el simbolismo de un pasado industrial y marinero que hoy revive en clave de turismo y cultura.
“Nosotros lo soñamos, pero verlo lleno de gente disfrutando nos emociona. Y más todavía cuando vienen viejos marineros que trabajaron en el barco a ver cómo quedó reciclado”, enfatizó Edgar, que a sus 57 años mantiene intacto su espíritu de incansable trabajador.
Tal es así que durante el año se dedica a hacerle todo el mantenimiento necesario. Tareas de pintura, cambio de maderas, arreglo del mobiliario, lustrado de los decks y todo lo que se requiera para que cuando vuelvan los comensales en el verano, el barco luzca resplandeciente.